viernes, 4 de diciembre de 2009

¡VIVA LA REPÚBLICA!

Bienvenidos, damas y caballeros, ciudadanos todos, a la Gran Fiesta de la Historia Moderna y Contemporánea. El ala occidental de la imponente mansión ancestral propiedad de la dinastía de la Familia Siglos, y que en la actualidad regenta su heredero número Veintiuno, acogerá un año más este fastuoso evento. Bastante ha llovido ya desde aquella primera edición, cuando uno de los antepasados más célebres de esta saga centenaria, el Señor Siglo Dieciocho, alumbró la idea de organizar un acto conmemorativo para celebrar el enlace con una joven hermosa y lozana procedente de Francia, llamada Revolución.

Dos alfombras, una de color azul y otra de color rojo, conducirán a los invitados hasta el interior de la impresionante residencia palaciega, ante la atenta mirada del numeroso público y de la legión de compañeros periodistas que montan guardia desde muy temprano. Tal y como manda la tradición, primero realizarán el correspondiente paseíllo aquellas personalidades a las que se ha asignado la alfombra azul y…

¡Atención! Crece la expectación y los murmullos se tornan exclamaciones, y allá a lo lejos me parece divisar, en mitad de la espesa niebla que cubre la noche y la tormenta terrible que cae sobre la parte derecha del camino… ¡Sí! ¡Efectivamente! Se trata de un majestuoso carruaje del que tiran dos corceles negros… Rodea al carruaje un espectacular dispositivo de seguridad de policías y militares a bordo de sus furgonetas y de sus vehículos blindados. La gente enmudece, conteniendo la respiración, mientras varios helicópteros de vigilancia sobrevuelan por encima de nuestras cabezas, deslumbrándonos con sus potentes y penetrantes focos…

El carruaje se detiene y de él desciende Doña Monarquía. Luce, como ya es habitual, la tiara de piedras preciosas que heredó de sus tatarabuelos y se ha teñido el cabello para disimular las canas. Incluso desde aquí, en la distancia, resulta evidente la generosa capa de maquillaje y de polvos blancos que se ha aplicado en el rostro, en un vano esfuerzo por ocultarnos las profundas arrugas que lo surcan. Sonríe a los presentes y asoma su boca desdentada. Resaltan sobremanera las joyas con las que se ha engalanado para la ocasión: un collar de perlas, pulseras de oro, anillos con incrustaciones de diamante… En fin, un surtido de lo más ostentoso… Ahora, Doña Monarquía saluda con mano temblorosa (enfundada en un guante de terciopelo blanco), a la multitud, que la contempla con mirada de fascinación arrobada, y posa para los reporteros gráficos… Lleva puesto el sempiterno vestido de gala rojo y gualda, en el que, a pesar del tiempo transcurrido, aún se le aprecia el águila imperial sosteniendo entre sus garras el yugo y las flechas…

Para agasajar a Doña Monarquía a su llegada acuden raudos y veloces los opulentos banqueros, los acaudalados empresarios, los bien cebados aristócratas, los lascivos obispos y los enhiestos generales del Ejército y de la Seguridad del Estado, que la obsequian con toda clase de reverencias y parabienes. Asimismo, le acompañan en su travesía por la alfombra azul la pareja que forman la aburguesada Señorita Democracia (de la que últimamente se ha rumoreado que flirtea seriamente con Bipartidismo), y el elegante e ilustre Estado de Derecho, que porta unas esposas en una mano y una porra en la otra, y al que rodea un nutrido enjambre de jueces-estrella. A lo largo de la tarde, se ha confirmado la noticia de que la Señora Constitución no podrá asistir, ya que se encuentra todavía convaleciente de la última grave vulneración que ha sufrido a manos de los poderes públicos…

Se escucha ahora, por el lado izquierdo del camino, donde la espesa niebla se ha disipado y la terrible tormenta ha amainado por completo, el leve rumor de un motor suave que se aproxima lentamente. Las cabezas se giran proyectando un gesto de ilusión y a Doña Monarquía se le tuerce el rictus cuando observa la llegada, a la altura de la alfombra roja, de la flamante limusina que transporta a la Señorita República y a sus inseparables amigas Libertad, Igualdad y Fraternidad… ¡Ahí la tienen! Con sonrisa esplendorosa, su melena al viento, sus ojos puros y cristalinos, su radiante rostro mostrándose jovial al pueblo entusiasmado. Ataviada con un magnífico vestido tricolor, reparte besos por doquier, y prodiga un cariño especial a otras invitadas e invitados ilustres a esta fiesta, como Democracia Participativa, Laicidad, Memoria Histórica, Derecho de Autodeterminación y Federalismo. Todos y todas se intercambian efusivos abrazos y Siglo Veintiuno en persona se acerca para recibirles. Los flashes de las cámaras se disparan de manera febril. Se escucha a Siglo Veintiuno que le comenta a la Señorita República: “Está muy guapa, como siempre. Es un auténtico honor tenerla en mi casa.” Ella se ruboriza ligeramente, entorna los párpados y acierta a responder: “Bueno, en realidad hace mucho tiempo que estaba deseando regresar por aquí… Me alegra enormemente que me hayáis llamado.” Recorren juntos, del brazo, la alfombra roja. Alguien, al fondo grita: “¡Viva la República!” Y un coro de voces replica al unísono: “¡Viva!”

MARXIANO

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